Júlia Reig – Linkedin
En años recientes, el estudio de los fenómenos migratorios ha experimentado un sutil cambio en cuanto al análisis discursivo y narrativo. El énfasis en la agencia del migrante es cada vez mayor, lo que ha llevado a un número de antropólogos a usar un nuevo y potente concepto, el de aventura.
Con el término aventura, antropólogos intentan alejarse de la miseria y peligro generalmente intrínsecos a las categorías de migración y migrante. Viéndolo como una aventura, el proceso migratorio pasa a ser una experiencia moral y «el opuesto de aburrimiento y seriedad» (Bredeloup 2013:175; traducción propia). Hablar de aventura implica sentimientos fuertes de excitación y entusiasmo. La mirada se mueve pues hacia el lado más positivo del proceso migratorio, como por ejemplo la búsqueda de empoderamiento y satisfacción personal, representación individual y agencia propia.
Para los que trabajamos con el estudio de procesos migratorios, aventura puede parecer un regalo caído del cielo. Escribir sobre aventura puede dar una nueva luz a nuestro estudio y abrir un gran abanico de nuevas oportunidades de estudio. Sin embargo, hay diversas razones por las que el concepto de aventura puede llegar a ser problemático.
Primero, porque es una palabra cargada de connotaciones. En su sentido general, aventura implica riesgo e incertidumbre; su énfasis es en el proceso, ya que el resultado es completamente desconocido. Visto como un proyecto excitante, el concepto transmite una actitud positiva hacia el descubrimiento de lo desconocido. Ésta es una definición de aventura bastante amplia. Aventura es un concepto maleable, aparentemente inocente y fácil de usar y aplicar en diversas situaciones. Esto significa que aventura puede serlo todo menos un concepto objetivo. Sus significados varían de cultura en cultura, de lengua en lengua, por lo que puede ser peligroso usar aventura a nivel etic dentro del estudio de procesos migratorios.
Segundo, está la cuestión de si todos los procesos migratorios pueden ser aventuras (me refiero aquí por supuesto sólo a migración voluntaria). Según Christian Groes-Green (2014), una aventura tiene un principio y un fin, tiene un tiempo de caducidad. Hay migrantes que por años sueñan con volver a su pueblo natal hasta que lo hacen (o no); otros, nunca quieren volver. ¿Cuándo termina su proceso migratorio, si es que termina en algún momento? Groes-Green escribe que un proceso migratorio sólo puede tener dos resultados: éxito o fracaso. De esto se entiende que los resultados, el fin, es enormemente importante cuando se habla de migración. Al contrario, el aventurero puede buscar conocimiento, satisfacción, placer y auto-realización, por lo que la experiencia procesual de la aventura es el resultado en sí.
Por último, el recurso analítico de aventura denota un discurso extremadamente individualista. Con ello, podemos correr el peligro de olvidarnos del hecho que las migraciones son muchas veces una estrategia de grupo, y que hay que situarlas en su marco de parentesco y redes sociales. Además, aventura es un concepto influido por imaginarios colectivos, que son mecanismos colectivamente compartidos que ayudan a construir y organizar el mundo, crear expectaciones, deseos y miedos. Hacer uso del imaginario asociado a aventura es para el que quiere mostrarse como un aventurero una herramienta para enfatizar su propia agencia. Esto significa que hay que tener en cuenta que los imaginarios son formados de manera inconsciente e influidos por fuerzas estructurales sociales, culturales, económicas y políticas (Salazar 2011) fuera del control inmediato del aventurero. Como antropólogos tenemos la capacidad de evitar mostrar una visión demasiado individualista de un proceso que usualmente va más allá de la persona física que ha migrado.
Sin duda, el uso analítico de aventura abre nuevas puertas al estudio de experiencias migratorias. Como he argumentado aquí, éste es pero un concepto demasiado amplio en su significado que además exagera el aspecto individual de un proceso migratorio.
Referencias
Bredeloup, S. (2013). The figure of the adventurer as an African migrant. Journal of African Cultural Studies, 25(2), pp.170-182.
Groes-Green, C. (2014) Journeys of patronage: moral economies of transactional sex, kinship, and female migration from Mozambique to Europe. Journal of the Royal Anthropological Institute 20: 237-255.
Salazar, N.B. (2011) The power of imagination in transnational mobilities. Identities. Global Studies in Culture and Power 18(6): 576-598.
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Adams, M. (2009). Playful places, serious times: Young women migrants from a peri-urban settlement, Zimbabwe. Journal of the Royal Anthropological Institute, 15. pp.797-814.
Collyer, M. (2010) Stranded migrants and the fragmented journey. Journal of Refugee Studies 23(3): 273-293.
Vivanco, L.A. & Gordon, R.J. (2006). Tarzan was an eco-tourist: And other tales in the anthopology of adventure. New York: Berghahn Books.
Melly, C.M. (2011). Titanic tales of missing men: Reconfigurations of national identity and gendered presence in Dakar, Senegal. Journal of the American Ethnological Society, 38(2), pp.361-376.
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Una reflexión muy acertada, importante, gracias.
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